16-06-2009
Aulas trans en el Conurbano
Por Diego Bocchio – (Revista C)
Testimonios de la primera camada de travestis y transexuales del conurbano que retomaron en la adultez la escolaridad perdida cuando eran chicos. Sus dificultades y sueños. Cómo funciona el programa estatal de reinserción educativa.
“En la primaria me gritaban maricón y yo era muy introvertido para enfrentar ese ambiente hostil. Terminaba aislado, no me divertía ni en los recreos. A la secundaria entré y salí; la agarré y la dejé; fui y volví”.
A sus treinta y tantos (ella es coqueta, no le gusta eso de andar diciendo la edad en público), Diana Sacayán evoca así al niño que fue. Su primer paso por la escuela, en Laferrere, partido de La Matanza, estuvo marcado por la exclusión y la segregación. La situación no mejoró en la adolescencia. La condición sexual condicionó su escolaridad tanto como el precario cuadro familiar: "Mi historia y la de mi familia estaba atravesada por la pobreza: imaginate... catorce hermanos, un padre con problemas de alcoholismo. Mi madre tenía que bancarnos a todos", recuerda.
Diana recuerda que iba seguido al gabinete de la psicopedagoga, aunque no tenía ningún problema de conducta. Un día la maestra le preguntó por qué iba tanto. Ella le respondió: "Me encantan los guisos de lenteja que me dan acá". En 2007, aun sin el amparo del Estado ni una legislación que lo promoviera, Diana intentó insertarse, por cuenta propia, en el sistema educativo.
"En aquel momento, en la escuela se discutió en asamblea si yo podía ingresar o no al baño de mujeres. Había distintos puntos de vista, gente que se oponía, pero lo bueno fue que lo pudimos discutir. Al final, docentes, autoridades y alumnos llegamos a un consenso y se decidió que yo podría hacer uso del baño de mujeres". Pero enseguida aclara: "Esto que me pasó a mí, no se da en todos los casos. Muchas compañeras directamente ni van a la escuela para no pasar la vergüenza de afrontar una discusión que pone en cuestión su identidad y su intimidad".
En marzo de este año, Diana retornó a la escuela pero en el marco de un programa oficial de inclusión educativa, y registra cambios: "Hoy soy muy sociable y no tengo ningún tipo de problemas con docentes y compañeros".
Diana está cursando el último año de secundaria en el centro de educación de adultos 456, de Laferrere. "La escuela me implica terminar de constituirme como persona", reivindica y se declara feliz, incluso con los problemas con matemáticas que, anticipa, "me la llevo a recuperatorio".
El plan de Diana va mas allá: ir el año que viene a la Universidad y estudiar Derecho. "Si uno quiere, puede", asegura. Pero se cuida muy bien de no transmitir la idea de un paraíso a la vista. "La nuestra es una población expulsada históricamente y a las autoridades esto no las alarma. Y la sociedad es muy hipócrita: hubo avances en el ámbito legal, pero todavía te puede pasar que te caguen a trompadas por ser quien sos", denuncia.
Este año, por primera vez en la historia argentina, desde el Estado Nacional se puso en marcha un programa destinado a la inclusión educativa de travestis y transexuales, una comunidad habitualmente estigmatizada y marginada. Los números oficiales interpelan: un 64 por ciento de travestis no completó la escuela primaria y un 80 no acabó la secundaria, según datos del área educativa.
En este sector social, el abandono de la escuela opera como el punto que abre un círculo vicioso, que se extiende con la marginación del mercado laboral y la emergencia de la prostitución como única forma de subsistencia posible, con excepciones -muy excepcionales- de buena estrella como Flor de la V. Otra vez , las cifras: un 95 por ciento de las travestis debe ganarse el mango en la calle y con sexo. Como si fuera un destino naturalizado.
En el conurbano bonaerense se han constatado situaciones de extrema necesidad en las que la recompensa por el trabajo sexual se resuelve en términos de un kilo de pan, un paquete de azúcar o de yerba.
Y la calle está dura, también en otro sentido: golpes, piedrazos y hasta balas. La intolerancia se traduce en "crímenes de odio". El Sida y las drogas hacen el resto. Por la razón que sea, muchísimas personas trans no superan la expectativa de vida de 32 años, en pleno siglo XXI.
Mariel Núñez es una chica transgénero de González Catán. Tiene HIV y ejerce la prostitución. Desde que asumió su identidad trans, su familia cortó todo vínculo.
"Hubo un tiempo en el que yo mismo odiaba a las chicas trans. No podía aceptarlas. Incluso llegué a agredirlas verbalmente, a gritarles 'putos', como hace la mayoría de la gente. Es que reflejaban lo que yo quería ser... Hasta que un día empecé a aceptarme", cuenta.
Abandonó la secundaria en 1988, cuando se enteró de que tenía Sida. "Era una enfermedad nueva, todavía no había mucha información y pensaba que me iba a morir".
En marzo, 21 años después y ya al borde de los 40, retornó a la escuela desde su identidad trans. Está en el segundo año de una secundaria para adultos, en González Catán. "Me cuesta muchísimo contabilidad. No la puedo enganchar, no la entiendo", abre la puerta de la intimidad de su cursada. "Inglés sí lo entiendo, lo puedo leer y escribir, aunque no me sale para nada la pronunciación".
Cuando consiguió el ingreso, el colegio expidió una credencial escolar como "Juan" Núñez, el nombre que figura en el documento, ya que en el Congreso Nacional aun duerme el sueño de los justos el proyecto que reconoce la identidad de género. La directora del establecimiento hasta el día de hoy la trata de "él".
"Con los profesores y los compañeros, todo bien", se consuela. "Para las chicas travestis que vivimos de la prostitución, y alquilamos, viviendo muchas veces solas, sin una fuente de ingresos estable, no es fácil ir a la escuela".
Sin embargo, no es en la escuela ni en la familia que eligió desconocerla donde Mariel vive la situación más dolorosa sino en el hogar que ella misma formó: "Vivo con mi pareja y no puedo ser quien soy. Él me dijo: 'Yo te conocí gay, te quiero gay, a pesar de que yo llevo la vida de una mujer'. Pero no está preparado para salir con una persona trans. Me dijo que me ayudaba con la plata para que me implantara las siliconas, pero que después de eso se iba, me dejaba. Él ni siquiera me llama Mariel... Es la única persona cuya no aceptación en verdad me duele".
Entre heridas que no cierran, ella busca un salvavidas: "Quiero ir a la universidad, me gustaría ser asistente social", dice Mariel. El horizonte, a dos años, es la Licenciatura en Trabajo Social que ofrece la Universidad Nacional de La Matanza.
"También sueño con poder trabajar en prevención del HIV. Muchas más alternativas no tengo. Pero no quiero siempre la ruta: estamos muy expuestas a la muerte", cuenta, aunque sin pesimismo. "Entre Cris Miró, Florencia de la V y el activismo hay más aceptación. Ahora vamos a la feria y los señores que nos atienden nos dicen: 'Señora, ¿qué va a llevar?' Los corregimos, por supuesto: 'Señorita'", Mariel se ríe y dice que reírse es su "fórmula mágica".
En ese conurbano de dolores silenciados se inserta el programa de inclusión educativa para personas trans, travestis y transexuales elaborado por el Ministerio de Trabajo de Nación. La propuesta se enfoca en la población vulnerable. El plan se implementa en conjunto con el área educativa de la provincia de Buenos Aires, como colofón de una larga lucha de dos organizaciones sociales que abogan por los derechos humanos en territorio bonaerense, Jóvenes por la Diversidad (JxD) y Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL). "Todavía hoy vamos presas por expresar lo que somos y muchas chicas mueren jóvenes. Vivimos una dictadura en plena democracia", disparan desde MAL, grupo contestatario clave del movimiento travesti. En la misma sintonía, en JxD manifiestan: "Hay gente que puede estar al lado de Videla pero no soporta tener a una travesti en la esquina de su casa".
"Nos proponemos generar inclusión social, educativa y laboral", explica Susana Barasatian, titular de la Dirección Nacional de Orientación y Formación Profesional, área ejecutora de este programa que arrancó formalmente en marzo de este año en La Matanza como primer municipio.
El currículum de Bianca Moreno sólo acredita la primaria completa, en la escuela 91 de Isidro Casanova. En aquel momento, el alumno Moreno era el afeminado del curso, el blanco de las burlas más crueles porque "no jugaba a la pelota".
Cuando sus padres se separaron, sus hermanos mayores emigraron también y Bianca y su madre se quedaron solas. Ese quiebre familiar más las penurias derivadas de una situación socioeconómica difícil colaboraron para que Bianca abandonara, con apenas 11 años, un sistema educativo insensible a su sensibilidad. No hubo secundario para ella.
17 años después, Bianca se anotó en el programa estatal de inclusión educativa. Desde marzo, cursa el primer año del secundario de adultos en la escuela 11 de González Catán, la misma a la que asiste Mariel. Para la directora -cuenta- fue shockeante recibir a dos chicas travestis en el establecimiento: "Temió una invasión".
Para Bianca, ir al baño en la escuela es un problema diario. De entrada, la directora le dijo que vaya al sanitario de los hombres. Ella le respondió que si esa era una orden directiva, la iba a cumplir, pero que significaba mandarla a la boca del lobo. Entonces, la directora instruyó que vaya al baño antes de la escuela o que pida permiso al docente para ir en horario de clase, nunca en los recreos. "Desde entonces, no me siento con la libertad de ir al baño de mujeres. Fui una sola vez, pero no volví, para evitar problemas. No me gusta tener problemas con nadie... Yo solo quiero estudiar tranquila", dice.
El círculo con sus compañeros es "bueno, en general", sin que falten excepciones. "Al principio de una clase, cuando le pedí a un profesor que me llame por mi identidad, una compañera se burlaba. Entonces nos peleamos. Le planteé que si ella no quería dejar que los profesores den la clase, tenía la opción de levantarse e irse, que yo sí estaba interesada en aprender. Me cuesta mucho la escuela; por eso, cuando hay alguien que no está interesado, le pido que no moleste y nos deje aprender a los demás".
Trabajó hasta hace poco en un hospital, en el área de limpieza. Ahora está desocupada. "Me encantaría trabajar; lejos de la prostitución, eso sí. Lo tuve que hacer durante muchísimo tiempo, pero no voy a volver. No quiero. Me pasaron cosas muy feas: la policía, la gente, caí presa, me agredieron, me pegaron, me rompieron la mandíbula y estuve 15 días sin poder comer, me agarró un grupo de chicos... cosas feas. No quiero acordarme".
Tampoco es un buen recuerdo el de sus 18 años, cuando asumió su identidad travesti y le dijo a su familia: "Soy Bianca". El hermano mayor le dejó de hablar. "Y mi mamá me dijo que hubiera preferido parir un zapallo o matarme cuando nací". El calendario fue recomponiendo ese tejido: “Fueron sanando las heridas y poniendo todo en su lugar".
Ahora, con 28 años, Bianca se excusa de una clase para ir al hospital a acompañar a uno de sus hermanos, que está en coma. "La gente está cada vez más intolerante, más agresiva. Se burla mucho y las burlas lastiman. Yo ya estoy más acostumbrada, pero si voy a comprar junto a mi hermana y alguien grita algo, me duele mucho, porque sufre ella", lamenta. Y reflexiona: "La gente es mala, discriminadora.
¿No se aceptan ellos y van a aceptar a otra persona? Acá aun no se entiende que cada uno tiene que vivir como desea vivir". Lo dice casi como una declaración de principios y a la vez un proyecto. La escolaridad es la base de ese sueño a futuro: "Voy a seguir estudiando y voy a ser, algún día, la enfermera Bianca".
Fotos | Leandro Sanchez
Fonte: SentidoG
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